He aquí un extracto de un texto escrito por Luis Landero dedicado a Alburquerque, publicado en el libro “tierras de Badajoz. Sin ir más lejos”.
En el caso de realizarse la hospedería, ¿seguiría evocando el castillo los mismos sentimientos románticos o sugeriría simplemente la presencia de un hotel de cuatro estrellas?.¿Volvería a ser musa de algún poeta?. Si al final consiguiesen hacer la hospedería, para muchas personas textos como este de Luis Landero quedarían como recuerdo de lo que una vez tuvimos y no supimos cómo salvar. Aunque para otras personas quedaría como escarnio de lo que destruyeron, bien de forma activa o pasiva. "Aunque hay varios caminos que llevan a Alburquerque, los más nombrados son dos: el que viene del norte, de Cáceres, entre serrijones y bosques vírgenes de encinas, y otro más llano y como más domesticado que llega del suroeste y trae a los viajeros de Badajoz, y a muchos de Andalucía y de Portugal. Pero, cualquiera que sea el camino, hay un momento en el que Alburquerque se anuncia desde lejos. En una curva, en un recodo, al coronar un altozano, de pronto el horizonte se rompe y aparece el perfil del castillo, altanero, fosco, levantisco, como si por él no hubiesen pasado los años y conservase intacta la misma estampa pendenciera de los tiempos de la Reconquista. Este castillo es uno de los más hermosos de España, en ese sentido inquietante en que un castillo puede ser hermoso, cuando la belleza adquiere el carácter risueño y a la vez sombrío de los viejos ritos dionisíacos, que celebran la vida en su ciclo completo, el que va desde el origen a la destrucción, pasando por la plenitud, el mismo que rige el sucederse de las estaciones, donde todo muere para que todo pueda revivir y crecer. Y sí, uno piensa que hay algo turbio que se agita en el fondo de esas torres y almenas, algo que nos habla de belleza y de muerte, y que contiene el misterio humilde e indescifrable del vivir. Bello y trágico, podría también pensarse que este castillo ha olvidado su historia para integrarse definitivamente en el paisaje, encaramado ahí en el alto de un largo espinazo de riscos que atraviesa el pueblo de Naciente a Poniente. Cuando yo era niño, y venía del campo en carro de bueyes o a lomo de caballerías, siempre esperaba el instante en que en una revuelta del camino apareciese el fin del castillo, y entonces ya no era capaz de quitar de él los ojos, y nunca me cansaba de mirarlo, y aún hoy sigue teniendo para mí una atracción fascinadora, casi hipnótica. Será que las cosas están siempre a punto de decirnos algo que al final se callan, las muy ladinas, para dejarnos sólo el enigma de o sugerido pero jamás explicitado. Uno piensa o recuerda eso, o cualquier otra cosa, mientras se acerca al pueblo y se dispone a entrar en él".
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